martes, 4 de febrero de 2014

Mi padre, mi sastre, mi maestro.


«Perdimos lo que no teníamos; son maneras de encontrar.»

Hace dos años era domingo, hoy es miércoles. Hace dos años estaba en el este, hoy estoy en el oeste. Hace dos años yo emprendía viaje hacia aquí, hoy voy hacia allí. Hace dos años conducía llorando, hoy lo hago sonriendo y cantando las mismas canciones que sonaron en todo el trayecto una y otra vez durante las diez horas que tardé en atravesar la península de un extremo al otro. Diez horas de lágrimas, diez horas de rabia, diez horas hablándote entre gemidos, y tú sin decir nada, ¿qué podías decir si estabas muerto? Sólo podías escuchar todo lo que en vida no había podido decirte, quizás porque nunca había tenido el valor de hacerlo o porque pensaba que no te interesaban. Ahora sé que yo estaba equivocado, ahora sé un poco más, ahora como puedes ver soy más simple, menos orgulloso y mucho más práctico. Desde que te conocí, con cuatro años, nunca nos entendimos. Te odié durante demasiado tiempo, luego pasé por una etapa en la que te ignoré y sólo unos meses antes de que sonara el teléfono ese domingo a las ocho de la mañana me di cuenta de que te quería, creo que lo descubrí en el mismo momento en el sentí que yo te importaba y que siempre había sido así. El día en que mi hermana mayor me comunicó tu muerte (la pobre ha tenido que darme las dos noticias más jodidas de mi vida) me di cuenta de yo fui el que te cerró la puerta de mi corazón, y lo hice porque nunca te perdoné que me arrancaras de mi lugar, de mi Tuiriz querido, del lado de mis tíos con los que me había criado en la casa «encantá». Para mí eso fue terrible. Recuerdo la primera noche que pasé con vosotros en aquel caserón por el que paso de vez en cuando, y que cuarenta y cinco años después aún me da escalofríos. Esa noche la pasé llorando en aquella cama con colchón de hojas de maíz, primero a gritos hasta que oí a mi madre decirte: —Pobriño vou a sua cama... Y tú le respondiste con tu voz de mala hostia: —Deíxao que chore que é un mal nacido!!! Yo me callé, y pensé que no te iba a dar el gusto de oíme llorar. Tenía cuatro años pero ya era tan zorro como tú. Y sí, seguí llorando, pero en silencio, y me prometí hacerte la vida imposible. Debí de conseguirlo, pues no tardaste ni un mes en volverte a Londres. Volvías cada año pero nada; no nos soportábamos. Yo nunca hablaba de ti. Me creí huérfano, y me funcionaba. Pero cuando yo estaba a punto de cumplir dieciocho tú te jubilaste y volviste para instalarte y joderme mis planes y mi cómoda existencia. Sí, me hiciste daño, mucho daño; y a veces el daño no se cura, pero yo lo hice consiguiendo que me echaras de casa. Y ahí dejaste de existir una vez más para mí. Durante unos cuantos años tuve pesadillas contigo, pero un día me olvidé; o me curé. Muchos años después recordé que tenía un padre cuando la vida se me torció, y te pedí ayuda, y me ayudaste. Unos años después volví a recurrir a ti, esta vez de una manera muy sucia, lo reconozco, y a pesar de todo volviste a hacerlo; lo siento. En ambas ocasiones te di las gracias. Ay, no era mi intención recordarte estos escabrosos hechos, pero ya ves… No te había pedido perdón nunca. Por alguna razón se dice que nunca es tarde para hacerlo. Sé que te hice daño, nos hicimos daño, pero tú lo has enmendado. Tú me devolviste todo lo que un día me quitaste; todo, y más. Puede que nadie lo entienda pero así es, si viví tantos años sin ti a mi lado, desde ese domingo no te has separado ni un momento, y cada día me cuentas y me enseñas a vivir y me haces entender todo lo que has hecho por mí. Te has metido dentro de mí y te has quedado, y disfrutamos juntos de la vida, de la tierra, de las pequeñas cosas, de los momentos; me haces reír, soñar y amar. Y encontré el lugar gracias a ti, el mismo lugar donde con nueve meses me dejaste; el mismo donde tu naciste, el mismo al que tú volviste desde Londres. El mismo al que tú me trajiste desde Alicante, en el que descansan tus huesos, en el que bailamos sin cerrar los ojos, en el que nos moja la misma agua, en el que nos ilumina la misma luna, en el caminamos a ningún lugar, en el que no nos hacen falta los suelos, en el que hay tantos caminos para andar. Y por fin ya no me arrepiento de ná, ni tú tampoco; este camino sí que me llena. 
Recuerdas que te enfadaste cuando te enteraste que estaba estudiando Biología, y yo continué todavía con más interés, y me especialicé en Genética… 
Y ahora lo entiendo todo. Llevo tus genes, somos como dos gotas de agua. Los dos nos criamos en la misma casa, los dos nos fuimos de esta tierra, los dos nos perdimos por el mundo, los dos quisimos volver y quedarnos solos. Los dos tuvimos un hijo y dejamos que se criara lejos, pero tanto yo, tu hijo, como el mío, volvimos al padre... Como dice Charo, la madre de Fer, «la genética ha triunfado una vez más». 
Sé dónde te escondes: allí donde se esconde el sol, entre los colores de las flores, esas que me pediste un día que te llevara cuando te murieras. No sé porqué, o sí, pero te empeñaste en repetirme que querías siempre flores frescas en tu nicho, y ya ves, ya no te fallo, lo único que me has pedido lo cumplo, y con alegría. No pasa un día que no vaya a ver tu nicho, siempre que no estoy en el este… Tó los días, y tú calladíto, pero sonriéndome desde un rincón, tan guapo, siempre elegante, como el gitano fino que nunca dejaste de ser; como buen sastre, el mejor de Londres. ¿Y sabes una cosa que nunca te dije? El día que me presenté en tu casa con mi Manuel, y vi que le dabas dos besos, supe que por fin había encontrado a mi amor. Él también te quiso desde ese mismo momento. No hiciste preguntas, estuviste encantador, alegre, nos preparaste la tortilla más rica que comimos nunca, con tomate y cebolla. Manuel siempre recuerda ese día e intenta conseguir hacer una que sepa igual y un día lo conseguiremos, cada vez nos acercamos más. No sé para que te lo cuento, pues tú lo ves todo a través de mis ojos, que son los tuyos, pero para que quede constancia de la realidad, lo escribo. Manuel sigue tus pasos, cuida de las Tierras como lo hacías tú, las ama todavía más que yo. Y Fer cada vez que viene aquí dice que siente que se le para el tiempo, y ama el flamenco desde la primera vez que vino aquí, él tiene también tus genes. ¿Y Manuel?… ¡Ha mutado! Oh!!! Bendita genética!!!
Y no olvides nunca que te esperamos to los días, pa mirarte y pa decirte, tantas cosas!!!

©Miguel Je  Febrero 2014