domingo, 28 de agosto de 2011

JOSITO ERA UN HOMBRE ENCANTADOR... Y, A VECES, UN ÁNGEL BUENO


«Quiero ser el único que te muerda la boca...»

A Josito le encontré una madrugada de primavera. Esa tarde había roto con mi pareja con la que llevaba unos cuatro años y me encontraba descolocado. Actué de una manera demasiado tópica: discutes con tu pareja, rompes con ella y te vas a emborrachar, sin importarte en como pueda acabar la noche... A oscuras, ciego de piñas coladas y con el fuego de un «dragón» expandiéndose desde mi lengua, me dejé guiar por el instinto y por el tacto, hasta que mis manos acariciaron su cara...
—¡Tú sí!
Con su cara todavía entre mis manos le hice pasar una última prueba acercando mis labios a los suyos para besarle. Saltaron chispas y nos mantuvimos unidos, rodeados por cuerpos desnudos en la oscuridad de la sauna, a las tantas de la noche, seguramente a punto de amanecer. Ya de día cruzábamos la Gran Vía cogidos de la mano, mirándonos sonrientes y con ganas de tumbarnos abrazados en una cama. Al mirarle me pregunté si no vería mejor en la oscuridad que a plena luz. Había encontrado un Ángel justo después de haberme desecho de un demonio.

Fuimos amantes durante años, amigos para siempre, pero nunca conseguimos establecer una relación de pareja, quizás éramos demasiado iguales, a pesar de intentarlo alguna vez y planificarlo unas cuantas.
Josito era dos años mayor que yo, ambos habíamos crecido sin padre al ser criados por una tía... Nos sentíamos como dos adolescentes que se enamoran por primera vez, y actuábamos encima como tales. Pasábamos los fines de semana en su casa y el resto de los días nos veíamos unos minutos; yo trabajaba en el CSIC por las mañanas, por la tarde tenía clases y a las ocho entraba de camarero en un pub, «Trappola», al final de Serrano, que se llenaba cada noche de niños pijos enloquecidos por la música de grupos ñoños españoles, como los «Hombres G». Los viernes y sábados venía a última hora, se incorporaba al grupo de mis locas amigas: Lola, Teresa, Paloma y Gala, pero se le notaba incómodo, no le gustaba que nos separara una barra. Cuando por fin salíamos, ya metidos en su «panda» negro, -por cierto, coche con el que aprendí a conducir en Galicia en nuestras primeras vacaciones juntos, cuyo destino final era Lisboa, y lo fue, pero mucho más fugaz de lo esperado-, me daba un beso con sorpresa, una pastillita que mordíamos a la vez, quedándonos cada uno con la mitad, y nos íbamos al centro, a una disco de Callao a bailar como posesos. El domingo, que ambos estábamos libres, nos íbamos al Reina Sofía, al Tyssen, al rastro o a algún rodaje, luego el aperitivo por la Latina, comer en algún restaurante de Chueca y por la tarde, de cine. Luego a casa a ver la TV o a leer. A los dos nos gustaba escribir, leer, él me escribía cartas, poemas, me hacía canciones, era todo un hombre encantador, demasiado perfecto para ser real, pero sí lo era. A veces le daba el punto y se ponía a pintar, salían de sus dedos pinturas magníficas. Un día dijo que quería pintarme, o fui yo, el que dije que quería tener un retrato como la maja de Goya, no recuerdo bien, posiblemente haya sido una mezcla de ambos. Y lo hizo, pero nunca llegó a rematarlo, un día que me enfadé me lo llevé todavía con la cara sin definir; decidí que me gustaba así.
Nos gustaba jugar, juegos que nosotros mismos nos inventábamos… Ah, Ah, extraños juegos... Jugábamos a crear guiones, que interpretábamos al tiempo que íbamos improvisando, sin necesidad de llegar a escribirlos. Relatábamos en voz alta lo que íbamos haciendo...
— «Y él le dijo...» 
— «A lo que ella respondió...» 
Correteábamos por la casa a carcajadas por nuestras ocurrentes frases. Sus compañeros de piso nos miraban alucinados, pensaban que Josito se había vuelto loco y que yo ya venía así, no les parecía una buena influencia, por lo que no les hacía gracia mi presencia. Se conocían de Málaga, Cipri había sido su novio y andaba desconcertado por su inesperado ataque de celos y por tanto demasiado ocupado en no coincidir con nosotros. Se ponía muy tenso cuando nos cruzábamos. Por otro lado le notaba triste, sería que se había dado cuenta de que Josito se le iba para siempre. En cambio el otro: «mariconita express», era todo excesivo en él, incluso la envidia por vernos enamorados, nos hacía la vida incómoda, siempre siguiéndonos allá donde íbamos... ¡Qué pesado, ay que pesado! Al final la situación se hizo insostenible y Josito se convenció por fin de que era hora de independizarse y cambiamos el enorme ático por un estudio en alquiler en la plaza de los Mostenses. Tenía un balconcito que daba a la plaza, muy soleado. Pusimos una mesa y dos sillas, y ya tuvimos terraza de verano; unas cuantas plantas y aquello era un paraíso. Lo del apartamento fue para mí una sorpresa, pues estaba ya harto de decírselo y de repente un día me llevo a ver apartamentos, hasta que ese nos encantó a los dos. Pero aún así no me fui a vivir a él, pues ya habíamos hecho el famoso viaje en espiral -Madrid, Galicia , Lisboa, Madrid- y yo ya había descubierto el mucho daño que podíamos hacernos. Le di largas, pero fuimos alimentando otro sueño, otro plan... Queríamos marcharnos a vivir a Londres en cuanto acabara yo mi curso y él terminara su contrato en una empresa de publicidad y diseño gráfico. Josito allí se dedicaba a hacer los carteles de películas, casi todas españolas, gracias a eso íbamos a todos los estrenos y fiestas que eran compatibles con nuestro trabajo. Salíamos muchísimo, realmente lo pasábamos genial.
Hay viajes que quedarán para siempre, como el que hicimos al monasterio de Piedra, a Galicia, a Lisboa por toda la costa desde Vigo,  o cuando cogí un autobús a las doce de la noche para ir a verle a Málaga... Boom, boom, se me acelera el corazón... Pero también hay viajes que nunca hicimos, o alguno que hicimos por separado. Hay planes que ejecutamos y otros con los que no pudimos. Por ejemplo yo sí me fui a Londres, un día harto de esperarle desaparecí. Pensé que si me echaba de menos se atrevería a empezar desde cero conmigo, en otra ciudad, en otro país. Me echó de menos, vaya si lo hizo, a las dos semanas de estar allí recibí una carta con un único folio, este era su contenido:

«Quiero compartir mi vida contigo
sentir las horas y los minutos, contigo
viajar en el día y entrar en la noche contigo
cerrar los ojos y despertar a tu lado, contigo.

Quiero hacer planes y deshacerlos, contigo
comprar comida y cocinar contigo,
leer un libro y escribirlo contigo
pintar, pasear, tener esperanzas, contigo.

Quiero sentarme en silencio, contío
hasta escuchar nuestros silencios, contigo
y reírnos hasta llorar contigo
caminar y viajar juntos, contigo
descubrir paisajes y cosas nuevas contigo
que nos caiga el sol y la lluvia contigo

Quiero vivir, simplemente, contigo
sin más propósito que vivir contigo
hasta aburrirnos de vivir, pero contigo»

Me emociono al volver a leerlo, de hecho fue una canción que tiempo después me cantó. Pero en el momento de leerla en mi habitación de la casa de los Willson, en Ealling, me dio mucha pena. Ya no había marcha atrás, yo ya había pasado los quince días reglamentarios de safari emocional para olvidarle y ya estaba de nuevo enamorado de otro Ángel encantador.
©Miguel Je 2011

viernes, 12 de agosto de 2011

¡Por ti, por mí, y por todo lo que pueda pasar esta noche entre los dos!



«Recuerda recordar y se consciente»

La segunda persona que a lo largo de mi vida me regaló flores era un hombre encantador. Yo salía de clase, por aquel entonces yo estudiaba «realización de video interactivo multimedia» en el CEV, pasarían unos minutos de las seis de una tarde de otoño. Él me esperaba cada día en una plaza casi al lado del palacio de Liria: plaza de Cristino Martos. Bajaba por la calle Manuel con mi carpeta verde manzana bajo el brazo y le vi apoyado en el tronco de uno de los plátanos orientales que hay por toda la plaza. Sonreía. Yo también, por mi alegría de verle, por el amor en el que ambos vivíamos… Cuando llegué a su lado le di un furtivo beso en la mejilla; al separarme, él sacó su mano que tenía escondida en la espalda, y ante mí apareció un enorme ramo de rosas rojas a punto de abrir, de tallo muy largo, justo debajo de mi nariz… ¡Qué aroma!
Todavía puedo olerlas. Eran las rosas más bonitas y frescas que había visto nunca. Mi corazón se perdió un latido, y luego quiso recuperarlo a ritmo frenético. La cara empezó a arderme...
—¡Toma, son para ti!
Yo las cogí torpemente, las miraba y le miraba e él. De mi garganta no salió ni un gracias pero sí fui capaz de darle un beso en los labios.
—¿Nunca nadie te había regalado flores?
—Sí, pero es hoy la primera vez que alguien me regala rosas... y encima huelen.
—¿Tomamos una cerveza antes de irnos?
Y entramos en la taberna de la esquina, yo con mi ramo, que ya quisiera yo que fuera plegable pues no sabía donde meterlo y él con  su pequeña decepción. Era el año 94 y todavía la homosexualidad no era tan visible, ni tan aceptada como actualmente. La gente, en general, no veía tan natural que una pareja de hombres se besaran en la calle. Ni él ni yo podíamos disimular nuestro enamoramiento, se notaba a leguas que éramos pareja, y además yo con el tremendo ramo en la mano acercándome a la barra de una taberna de barrio. El camarero, un hombretón ya mayor, nos saludó con cierta ternura, me sentí entonces menos inseguro. Ahora me parece una inmadurez, por mi parte, el hecho de haberme sentido tremendamente avergonzado de llevar por la calle un hermoso ramo de rosas… A Josito empezaba a notársele también su incomodidad y un ligero desconcierto ante mi torpeza.
—¡Me da vergüenza pero te quiero!
Él sonrió y me besó en la mejilla. Justo en ese momento llegó el tabernero con las dos cañas…
—¡Dos cañitas frescas por aquí!
Sonrió y desapareció en el office.
—¡Por ti, por mí, y por todo lo que pueda pasar esta noche entre los dos!
Dijimos los dos a duo, a la vez que chocábamos las botellas por el culo, luego por el cuello y al decir «esta noche entre los dos» frotábamos las dos botellas de «San Miguel».

jueves, 4 de agosto de 2011

HOMBRES BUENOS QUE FUERON ÁNGELES PARA MÍ



«A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante»
OSCAR WILDE

Hace ya unos años, muchos, más de veinte, mientras estudiaba cuarto de Biología, en Santiago de Compostela, mi querido M. Allué y yo, fantaseábamos con la idea de irnos a vivir a algún pueblo del Mediterráneo, poner un chiringuito en la playa y dejarnos llevar... por la brisa... Sigo deseando lo mismo, pero él ya no está en mi camino. Ambos vivimos mirando el mismo mar, pero no sólo nos separan kilómetros. Tal como nuestras vidas se cruzaron, para continuar unidas durante unos años, un día se separaron, y ambos escogimos caminos diferentes. No estábamos preparados para dejarnos llevar por la brisa, al menos yo; tuve miedo. Esa brisa nos llevaría a Madrid y luego quizás al Mediterráneo. Me queda el consuelo de haber disfrutado durante todo un mes junto a nuestro mar, en Tarragona, su ciudad de origen.

Manolo, de padre catalán y madre extremeña (ya fallecida por aquel entonces), fue uno de mis primeros ángeles buenos que ejercieron en mi vida como hombres encantadores.

Él me enseñó todo lo qué sé del arte contemporáneo, era un gran pintor (lo sigue siendo) y dirigía la más prestigiosa galería de arte de Galicia. Trabajábamos juntos, nos divertíamos como niños, me gustaba oírle cuando me llamaba “mi estudiante inglés” al llegar a su cuarto y sentarme en su cama, mientras le despertaba con mil besos. Se desperezaba con una sonrisa, yo me echaba encima suyo y él me abrazaba... Todos los días me decía lo mismo: —«no te duermas o te robaré el corazón»... No, no me dormía, pero no porque tuviera miedo de que me robara el corazón, pues ya era suyo, no me dormía porque me iba excitando igualmente que él.
¡Qué felices éramos explorando continuamente nuevos terrenos en la pasión y el sexo!


Pasión, sexo, amor, entrega, devoción y perfecta complicidad. Creíamos haber descubierto la pólvora por tener una manera especial de llegar al orgasmo, tanto deseo era el que sentíamos que yo casi le estrangulaba... Descubrimos una manera particular de hacer el amor... Cada nuevo orgasmo superaba al anterior. Éramos como críos que disfrutan experimentando, nosotros lo hacíamos con nuestros sentimientos y con nuestra sexualidad. Me sentía orgulloso de él, era mutuo.

Todavía puedo recordar el olor de su estudio, donde pintaba y escribía. Yo era su inspiración. Hizo toda una exposición inspirada en mí. Recuerdo un pequeño cuadro que él decía que era una pintura para colgar en un baño, se llamaba Mi-Gel; otro de grandes dimensiones que tituló “Paisaje sobre la espalda de Miguel” , que se vendió rápidamente; y otro que tengo yo: “I can´t you everything but love”.

Conservo todos los regalos que me hizo, menos un abrigo de Montesinos, que se lo quedó Charo, mi pareja en esos años, Manolo y yo éramos «amantes». ¿Conservará él los que yo le hice? Yo soy tan sentimental... Él también lo era. Vivíamos esa extravagante relación de una manera demasiado natural para una ciudad tan pequeña como lo era Compostela a mediados de los ochenta. Charo, Manolo y yo formábamos un trío políticamente incorrecto, y por ello éramos demasiado visibles.

El conocernos me abrió ventanas a un mundo para mí, por entonces, desconocido. Aprendí de él a comportarme en una sociedad que hasta entonces sólo conocía por el cine, las revistas o la literatura. Con él descubrí muchos placeres, algunos prohibidos, otros mal vistos entonces.... Yo también era su alumno sin que él fuera mi profesor: era mi maestro. Quería ser como él cuando fuera mayor, pero no por ello mi personalidad se vio alterada. Pocas cosas nos separaban, ni siquiera una linea en la mitad del cerebro, ni la lectura, ni la escritura, ni la música, ni la comida, ni la bebida,... Fue él la primera persona que me regaló flores. Ambos pensábamos que todo sabe mejor con unas bonitas flores frescas alegrando el hogar. Nos íbamos cada día al Black a bailar como posesos, pero también íbamos al cine, o al teatro. Teníamos una canción: “Too much”, una película: “La Ley del Deseo”, nuestro restaurante favorito: el Rúa Nova, nuestro pub: el Tamboira o el Modus, incluso el Más Madera, nuestra cama de ochenta centímetros, nuestros sueños, nuestras fantasías,... Lo teníamos todo y nos quedamos sin nada más que los recuerdos... Todo por mi miedo, por mi inseguridad, por pensar con la cabeza y no dejarme llevar por el corazón. Me lo perdí. Pero al menos conservo el amor que aún hoy le tengo. Cuando quiero a alguien nunca puedo dejar de quererlo. Tengo un corazón muy grande, y la gran suerte de haber estado al lado de hombres buenos que fueron ángeles para mi.

«Miro la primera foto que me regalaste, pegada en siete pedazos». Recuerdo la noche en que en un arrebato la rompí en su presencia, fue la primera foto que tuve de él y que le sacó otro gran pintor y amigo: Quintana Martelo. Le doy la vuelta y sigo reconociendo su letra:

Manolo, con amor
16. 12. 86
(Aunque no me gusta nada como estoy, sin afeitar, con cara de constipado, delante de un cuadro que me dio SUERTE, pensando quizás en TI, o a lo mejor, no pensando como siempre en mi mismo, pero esta vez con otro nombre entre los labios, en el hueco de la mano, pegado al cuello).
Y ese nombre, claro está, es el TUYO. Te quiero.