jueves, 26 de febrero de 2015

Living in red



«Nunca debe el hombre lamentarse de los tiempos en que vive
pues esto no le servirá de nada.
En cambio, en su poder está siempre mejorarlos.»
Thomas Carlyle

No soy yo precisamente un hombre que acostumbre a lamentarse por nada, siempre he sido y soy, creo, bastante conformista, y sí, también un poco cómodo, lo reconozco. Quizás por ello nunca he sido el primero en nada, me he conformado con ser uno de tantos, no me ha gustado nunca sobresalir, me he inclinado siempre por pasar desapercibido, por ser invisible; no sé si lo consigo, lo que sí sé es que me gusta más vivir en segundo plano. Por eso a la hora de decantarme por una profesión dentro del mundo audiovisual elegí estudiar para estar detrás de la cámara, incluso mucho más atrás: escribiendo las historias. Esto no quita que de vez en cuando me guste jugar y ponerme ante los focos, pero un ratito, bajo otro nombre e intentando pasar sin pena ni gloria. Aun así soy consciente que no siempre uno consigue lo que pretende, a veces el querer pasar de perfil hace que uno llame más la atención sin pretenderlo. Es difícil si uno vive en un pueblo conseguir que no le tengan en cuenta, en una ciudad es mucho más fácil. Y por qué ese empeño es ser lo más anónimo posible, pues muy sencillo: para ser más libre, para ver sin ser mirado, para escuchar sin que me hablen, para contar sin que me pregunten.

No soy tampoco un hombre conflictivo pero no me dejo pisar, evito las confrontaciones pero si me acorralan, y no hay un mar o un bosque cerca en el que refugiarme, entonces sí, entonces pienso rápido, grito y corro más que nadie, cierro mi mano izquierda y levanto el puño bien alto, entonces ya no me importa ser enfocado, y de mis entrañas sale una energía desconocida. Por todo esto en situaciones complicadas puedo derrumbarme o hacer que salga lo mejor de mí. Esa es mi fuerza, una fuerza aparentemente débil pero de una firmeza impresionante. Da lo mismo que esté en Galicia, en Madrid, en Altea, en La Vila, en Benidorm, Finestrat o Londres, mi grito siempre será el mismo: un canto a la libertad; cantando lo soluciono todo.

Me gusta vivir tranquilo, pausadamente, no me gustan las prisas -no puedo, si tengo prisa siempre se me olvida algo-. Considero el respeto imprescindible para la convivencia. Me gusta la Naturaleza y los animales, las personas también, pero no me gusta que me ataquen, ni que me invadan. Si me siento agredido, primero cuento: uno, dos, tres... y así hasta diez, luego puedo girar y darme la vuelta o puede que salga mi instinto de supervivencia, Mendel ya no es mi rey, dos y dos ya no son cuatro, mis neuronas se desnudan de mielina y aumenta la materia gris de mi cerebro y sólo pienso en la genética evolutiva: sobrevive el más fuerte, entonces yo quiero ser el más «strong». Si yo no he elegido el lado salvaje tampoco querría vivir en rojo; el verde, incluso el «blue» o el negro son mucho más cómodos, y no te digo del blanco, pero las circunstancias pueden más que yo. 

El jodido Medio Ambiente me hace gritar, ver como el hombre va desintegrando la Naturaleza me hace gritar, de la misma manera que palpar el «power», el único entendible: el «money», «money» es el «king». Entonces paso del naranja al rojo intenso, al rojo pasión: el «passion red».

Fumo verde mentol, bebo «green beer», siento naranja, pienso en blanco pero no me queda más remedio que actuar en «red». Vivo sin red a la sombra de un bar. «I lived without love sitting in the chair. I can to see the sea... I can to feel yet»

Estoy hoy en Altea, el pueblo blanco, en La Plaza, es septiembre, fin de siglo, el poniente se ha llevado a los artistas a otra dimensión pero yo inexplicablemente sigo aquí, y mi corazón rojo sigue llorando y gritando.
«I want to free for ever.» ¡Si quiero yo puedo! Yo quiero, entonces si puedo; pura Lógica.

©Miguel Je 1999

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