«No envidies nunca la vida de una persona, pues no sabes cuánto camino lleva recorrido.»
Hay días de invierno que me son propicios para recrearme en la nostalgia. La mayoría de las veces me surge por intentar encontrar algo perdido entre mi desorden y otras por la necesidad de poner un poco de orden ante la llegada de algún invitado o invitados. Hoy, por ejemplo, ha sido porque no encontraba unos papeles del catastro; busqué en varias carpetas en las que por lógica deberían estar, por contener documentos oficiales, y nada. Miré por estanterías, entre mis papeles mundanos, en carpetas con recortes y hojas de periódicos ya envejecidas con artículos escritos por nosotros durante los años del «boom inmobiliario»; y nada. De repente, encima de la impresora, vi una montaña de papeles y me lancé a ella. La revisé meticulosamente; había un fajo de quinientos folios aún vírgenes más unas cuantas revistas de Rock de Lux, fotos, un libro sobre el cine de Almodóvar y dos carpetas: una transparente y otra de cartulina amarilla, precisamente fue ésta la última que examiné, y nada más abrirla me encontré con un texto escrito aún con la «olivetti» eléctrica que, todavía, conservo -es que soy tan sentimental que nunca me desprendo de aquello que amé, y esa máquina tiene su propia historia, y hoy no toca, pero recuérdamelo otro día y te la cuento-, tenía un título centrado en mayúsculas: «LA HUMILDAD». Seguí leyendo:
«Paciencia y confianza no deben faltarnos nunca, pero en esta sociedad de fin de siglo son difíciles de conservar. Pararse y mirar no es tan fácil, hay tanto que ver y, además, los problemas que nos surgen cada día nos aceleran y por tanto nos ciega impidiéndonos valorar lo bueno que, también, siempre nos rodea. Vivir en esta sociedad cuesta cada vez más, al menos a mí y también es lo que veo a mi alrededor: vivir mata... y fumar remata -por cierto, últimamente no paro de fumar, he de controlarme-. La sociedad está programada, y si uno se sale del ritmo exigido acabará por perderse en el universo del caos; atemorizados les gusta tenernos. Y digo yo que toda bendición que no es aceptada se convierte en una ilusión para ellos y una maldición para nosotros. Por ejemplo: si el solitario es una maldición de familia el misterio del solitario es su bendición aunque no sea su mayor ilusión. He oído muchas veces que cuando uno desea algo todo el Universo conspira para que puedas realizarlo pero, por experiencia, puedo decir que no siempre sucede instantáneamente este hecho pues lo deseado ha de sernos realmente necesario para nuestra evolución.
La vida está llena de ciclos, todos lo sabemos, pero lo difícil está en sobreponernos a ellos. Un ciclo sólo nos prepara para el siguiente, por eso pienso en la gran importancia que tiene la humildad, una virtud imprescindible que nos capacita para aceptar nuestra evolución. El diccionario define en su primera acepción esta palabra como una virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento; la segunda se refiere como la bajeza de nacimiento o de otra cualquier especie; la tercera: sumisión, rendimiento. Yo añadiría que la humildad es un sentimiento de la propia inferioridad. Ser humilde es ser consecuente, es no ser como no nos gusta que sean con nosotros; ha de haber una relación lógica entre los principios y la conducta de una persona. Cuando algo no va bien no debemos dejarnos arrastrar por la inercia pues eso sólo nos conducirá a algo peor.
Hace unos meses decidí cambiar de ciudad pensando que con el cambio solucionaría una vida que no me llenaba. Cometí un tremendo error escapando de un problema en vez de solucionarlo, y éste me llevó a otro y así hasta encontrarme en el caos. No fui humilde, ni por tanto consecuente y ahora no puedo borrar nada de lo que me ha pasado. Voy a ser humilde ahora, reconozco mi error...»
Uff, han pasado tantos años, tantos como dieciséis, y ahora lo entiendo todo... Gracias a mi ataque de humildad ese día estoy hoy aquí, y es más, puedo decir que ha sido un tortuoso pero divertido camino para llegar al mejor lugar: el pueblo donde me crié, el pueblo de mis más tierna infancia. Reconocer mi equivocación fue un primer paso para acabar volviendo a resolver los problemas de los que había escapado. Y aquella dura vuelta ahora la veo perfecta, me hizo crecer, me hizo ver, me hizo saber, me hizo encontrar el verdadero amor, el amor incondicional; sí, ocurrió porque ya estaba preparado para corresponderlo.
Sigo leyendo:
«... y afrontando el trabajo necesario para salir del pozo. He viajado sólo pero he implicado a más personas en mi caída. He perdido a mi pareja, le he abierto los ojos y me ha visto: le he mostrado lo peor de mí, no ha podido soportarlo y me ha abandonado.. Ahora estoy solo y hundido; reconozco mi debilidad y lo poco que soy sin su apoyo. Mi pareja... mi pareja... ¡¡¡No!!! ¿Ya puedo decir su nombre sin echarme a llorar? Veamos: VICTOR. Víctor, Víctor... Y me eché a reír, ¡hacía tanto! Victor era mi único punto de referencia válido.
Ahora estoy solo ante mí. Yo soy todo lo malo y lo bueno que tengo. No me queda más remedio que quererme y seguir mi evolución; si no me quiero yo, ¿quién me va a querer? He de levantarme de mis ruinas y caminar lento, humilde y sumiso; cuidar de lo que me rodea y generar yo mismo un círculo de Energía positiva.»
Fue un buen paso, una buena reprogramación que funcionó. Volver a la gran ciudad desde ese momento me costó apenas unas semanas. Es verdad que a partir de ese momento el Universo acordó organizarlo todo para que yo volviera a Madrid. Por poner un ejemplo: en pocos días una amiga me contó que otra actriz amiga suya se venía precisamente de allí a trabajar al parque de ocio Terra Mítica y estaba buscando un intercambio de casa. Eso fue perfecto, ya no necesité más detonantes. Nos caímos bien, le gustaban los animales... eso me dijo la muy zorra y me lo creí: le dije que había un gato que venía a comer a menudo y que entraba por una ventanita del baño, que no se la cerrara y le pusiera comida en su cuenco, un cuenquecillo lila; esa fue mi única condición para intercambiar las casas. Todavía me estremezco cada vez que limpio esa ventana y veo los arañazos de mi adorado Aurelio por tratar de abrir la ventana, en fin...
«... Todavía es Otoño, pero es el más frío de estos últimos años; los nativos de la zona lo comentan, y yo lo sufro a pesar de mi helado corazón. Las noches se hacen demasiado largas y solitarias para ahogarme en lágrimas borracho de libertad. Todo es más duro sin un hombro sobre el que reposar la cabeza y mi cuerpo se tensa de añoranza. Mi mente cansada busca algún recuerdo agradable para perderse y poder descansar. Con los ojos cerrados veo otra ciudad: es Venezia, donde hace años nos prometimos amor eterno... No quiero pensar que todo terminó, no quiero despertarme del sueño y encontrar tu lado vacío. Amanece un nuevo día y sin ti, existe, aunque no lo quiera, una nueva realidad.
No me queda más remedio que aprender a vivir con tu recuerdo y sin tu presencia. No me queda más remedio que aprender a vivir sin tu recuerdo. No me queda más recuerdo que aprender a VIVIR.»
Y aquí sigo: aprendiendo a vivir viviendo.
©Miguel Je 2015 Febrero
Miguel me ha gustado mucho como entablas una comunicación con tu Yo interior y asi vas contestando a tus preguntas ,es una buena catarsis, el pasado nos deja los momentos que vivimos ,pero siempre mirando hacia delante porque sino nos podemos dar un trastazo
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