viernes, 12 de agosto de 2011

¡Por ti, por mí, y por todo lo que pueda pasar esta noche entre los dos!



«Recuerda recordar y se consciente»

La segunda persona que a lo largo de mi vida me regaló flores era un hombre encantador. Yo salía de clase, por aquel entonces yo estudiaba «realización de video interactivo multimedia» en el CEV, pasarían unos minutos de las seis de una tarde de otoño. Él me esperaba cada día en una plaza casi al lado del palacio de Liria: plaza de Cristino Martos. Bajaba por la calle Manuel con mi carpeta verde manzana bajo el brazo y le vi apoyado en el tronco de uno de los plátanos orientales que hay por toda la plaza. Sonreía. Yo también, por mi alegría de verle, por el amor en el que ambos vivíamos… Cuando llegué a su lado le di un furtivo beso en la mejilla; al separarme, él sacó su mano que tenía escondida en la espalda, y ante mí apareció un enorme ramo de rosas rojas a punto de abrir, de tallo muy largo, justo debajo de mi nariz… ¡Qué aroma!
Todavía puedo olerlas. Eran las rosas más bonitas y frescas que había visto nunca. Mi corazón se perdió un latido, y luego quiso recuperarlo a ritmo frenético. La cara empezó a arderme...
—¡Toma, son para ti!
Yo las cogí torpemente, las miraba y le miraba e él. De mi garganta no salió ni un gracias pero sí fui capaz de darle un beso en los labios.
—¿Nunca nadie te había regalado flores?
—Sí, pero es hoy la primera vez que alguien me regala rosas... y encima huelen.
—¿Tomamos una cerveza antes de irnos?
Y entramos en la taberna de la esquina, yo con mi ramo, que ya quisiera yo que fuera plegable pues no sabía donde meterlo y él con  su pequeña decepción. Era el año 94 y todavía la homosexualidad no era tan visible, ni tan aceptada como actualmente. La gente, en general, no veía tan natural que una pareja de hombres se besaran en la calle. Ni él ni yo podíamos disimular nuestro enamoramiento, se notaba a leguas que éramos pareja, y además yo con el tremendo ramo en la mano acercándome a la barra de una taberna de barrio. El camarero, un hombretón ya mayor, nos saludó con cierta ternura, me sentí entonces menos inseguro. Ahora me parece una inmadurez, por mi parte, el hecho de haberme sentido tremendamente avergonzado de llevar por la calle un hermoso ramo de rosas… A Josito empezaba a notársele también su incomodidad y un ligero desconcierto ante mi torpeza.
—¡Me da vergüenza pero te quiero!
Él sonrió y me besó en la mejilla. Justo en ese momento llegó el tabernero con las dos cañas…
—¡Dos cañitas frescas por aquí!
Sonrió y desapareció en el office.
—¡Por ti, por mí, y por todo lo que pueda pasar esta noche entre los dos!
Dijimos los dos a duo, a la vez que chocábamos las botellas por el culo, luego por el cuello y al decir «esta noche entre los dos» frotábamos las dos botellas de «San Miguel».

2 comentarios:

  1. Muy hermoso recuerdo, Miguel... ¿Sabes que nunca nadie me ha regalado flores? Te envidio...

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  2. ¿Nunca? No puede ser!!! Eso hay que solucionarlo!!!

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