sábado, 28 de enero de 2012

LAS PIEDRAS TAMBIÉN LLORAN




«Y cuando nosotros ya no estemos, ellas seguirán aquí, con los pies en el suelo y rodando por el tiempo como las buenas canciones.»

Tengo una gran empatía con todo tipo de piedras desde muy pequeño; es rara la vez que voy a pasear o la playa y no vuelvo con alguna que otra piedra en el bolsillo o en la mano. Me enamoro de ellas tan fácilmente, son flechazos totalmente satisfactorios, ellas se dejan querer, acariciar y alguna que otra vez han sido testigos pacientes de mis lágrimas dejando que éstas resbalen por su superficie. Si te acercas a mi casa podrás ver a mis amantes pétreos reposando en sus lugares tranquilamente inmóviles, que no inertes. Cada una tiene su historia, todas mi afecto, alguna, por qué no, mi devoción.
Hoy estuvimos en la playa del Paraíso y me traje dos; una pequeña y suave al tacto, la otra de color ocre, porosa pero también suave y más grande. La pequeña se la regalé a Dean y como bien dicen que los perros se parecen a sus amos, el mío las adora. Empezó a mover el rabo rítmicamente nada mas ver su joyita, que inmediatamente atrapó entre sus dientes para llevarla a su alfombra y empezar a lamerla. Cada piedra que le regalo la examina minuciosamente, tanta es la información que de ellas obtiene que acaba por quedarse dormido y seguro que soñando con el lugar de donde la he traído. Si para él las piedras son como cuentos para mí ejercen más de pastillas relajantes, y alguna que otra vez energéticas.
Muchas veces me he preguntado a qué es debida la atracción que existe por coger piedras y tirarlas con más o menos fuerza al mar, a un río o simplemente hacia el horizonte; yo soy uno de los muchos que no pueden resistirse a hacerlo. Cojo una, la que más me atrae, la sobo con ganas, pienso en algo que verdaderamente me duela, la aprieto tanto en mi mano como si quisiera estrujarla, y en alguna ocasión me la paso por el corazón o la beso antes de tirarla con toda mis fuerzas.
Hecho este análisis creo que yo al menos utilizo las piedras como una terapia, para relajarme, para curar dolores físicos o psíquicos (sobretodo para quitarme la angustia) y a veces también pido algún deseo, haciéndola cómplice de mi frustración. Hasta ahora nada me resulta extraño, es bien sabido que la mayoría de los talismanes son o han sido piedras y no siempre preciosas. Cuando alguien toca una piedra ya le está aplicando un tipo de energía, cuando el mar la moja, cuando el viento la limpia, cuando choca con otras... Continuamente se están produciendo transformaciones de energía en ellas, todas tienen un mismo destino convertirse en arena y hacia él avanzan irremediablemente. Si nos vamos más allá de la arena no es acaso polvo el final de su camino, y es ahí donde nuestras finalidades se entroncan pues nuestro destino físico es el mismo. He oído decir muchas veces aquello de «si las piedras hablasen» y un día, posiblemente en la primera clase de geología, Pepote (el profesor) nos dijo que las piedras hablaban y nos explicó, además, el porqué de ese dicho. Ellas son como libros abiertos en los que quedan registrados innumerables datos históricos.
Junto con los libros, fotografías y cuadros están mis otros testigos de una vida andada y viajera: piedras que no he tirado, recordatorios de lugares, de países, de amores, en definitiva no son más que testigos de momentos petrificados.
Hubo una vez alguien que me quería y regresando de un viaje al norte me dijo que me había traído un regalo y sacó un canto rodado con forma de corazón, tal fue mi emoción que las lágrimas que llevaban mucho tiempo sin limpiar mis ojos salieron resbalando por las mejillas hasta estrellarse con el corazón de piedra y por él se deslizó alcanzando la palma de mi mano que lo sostenía. Ese corazón de piedra se perdió en mi último traslado y hace unas semanas lo recordé echándolo de menos, pues ese mismo día estando en la playa del Paraíso me dijo Manuel:
 —«¡Toma, un regalo!» Volvió su mano abriéndola para aparecer en ella un corazón idéntico al perdido. Esta vez el canto rodado no era cantábrico sino mediterráneo. Me alegré, pero esta vez el corazón permaneció tan seco y caliente como estaba. Pensando me quedé mientras guardaba el corazón de piedra en la mochila, ...
Corazón de piedra... Corazón perdido... Corazón dolido... Le di un beso a Manuel y le conté la historia del otro corazón. Al poco rato empezó a llover y todas las piedras lloraron a la vez. Siento no habernos quedado para ver como se lavaban.
(Con todo mi amor para Fernando M. G.)
©Miguel Je 2012

1 comentario:

  1. Rara y extraña virtud es la que tienes escribiendo ya que ¡hasta de las cosas más insignificantes!, sabes sacar partido y elevarlas a la categoría de vivientes, desmintiendo, como en el caso de las piedras, el que sean inertes.Tu has conseguido dar, no ya vida sino, también, emoción a algo tan irrelevante y de tan aparente poco valor como son las rocas que abundan en las playas que en, su génesis, desgajadas de acantilados, inician una trayectoria de siglos para, de cantos rodados, pasar a convertirse en gravas, gravillas y , ¡por fin! en finísimas arenas, tapizando hermosas playas que, lamidas y envueltas por las olas marinas, hacen el goce de los humanos, sirviendo de mullida alfombra para reposo del cuerpo y de pies desnudos al recorrerlas descalzos. ¡¡¿QUE DECIR, PUES, DE ESTA BELLA COMPOSICIÓN?!!.Emociona el sentido que das a la contemplación de toda la naturaleza de la que, ¡de verdad!, disfrutas poniendo orden y concierto en todo lo que significa vivir de ella y en ella porque te digo, sinceramente, que el énfasis que imprimes a lo que tus privilegiados ojos contemplan hacen que, los nuestros, también vean esa maravillosa paz y alegría emocional que sabes tan admirablemente transmitir.Gracias, pues te sean dadas por compartir tus apreciaciones de esta manera haciéndonos partícipes.

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