martes, 7 de junio de 2011

La ex-miss, el ex-futbolista y la cucarachita





«Lucho para que todo sea claridad.»
Al salir de casa, lo primero que veo es un corazón, luego una montaña, el cielo, ... Pero inevitablemente acabo por ver los coches, las motos, y en el peor de los casos a algún miembro de la familia de los «cucarachos» (es que ella para disimular su deformada figura viste casi siempre de negro). Son mis vecinos de al lado, más bien diría que son los que viven ahí al lado. De vecinos, lo que se entiende por vecinos, tienen nada. Odian a los animales, sobre todo los nuestros; asustan a mis gatas, ellas no pueden ni verlos ni oírlos, no los soportan. Yo tampoco. Odian nuestras plantas y árboles, será porque a ellos no les crecen ni las hierbas. La semana pasada descubrí con estupor, como un «prunus» (falso cerezo) esplendoroso había quedado reducido a un arbusto y quise matar al jardinero, ¡pues!, fueron ellos quien lo ordenaron. Pero si está delante de mi jardín, a ellos qué les importa. Cavilando recordé que habían estado de visita unas amigas, y habían elogiado la intimidad que teníamos en el jardín, pues toma intimidad. Les faltó tiempo. Son cotillas, pero de los descarados, no tienen vergüenza, ni educación, ni siquiera pudor. Tanto hablan a gritos como están mudos, eso es que están escuchando. No llegarán ni a los 40. Tienen una hija de unos 12, Así que son tres. Ella, la peor, la más mala, arrastra su maldad como si esta fuera la cola de un vestido de novia, los tres te miran como perdonándote la vida. Ella, la malísima, fue de jovencita «miss»... Benidorm; y él, jugador de los juveniles del Barça, pero se lesionó y ahora conduce una máquina de limpieza nocturna, en Benidorm. Ella es dependienta en una tienda de bisutería y piedras de la suerte, yo nunca compraría esas piedras. Ambos son tan falsos como esas piedras. Tienen alma de dependientes, amplia sonrisa, hablan como los pijos, y pueden cambiar la exprexión de la cara en cuestión de segundos si me ven a mí. Puede que se sientan frustrados, a veces me dan pena, pero es que tienen tanta maldad, que también en cuestión de segundos pienso: — ¡¡¡qué se jodan!!!
Procuro ignorarlos pero es difícil, están hasta en la sopa. Así que sólo me queda aceptarlos y para no amargarme yo, incluso, llegar a quererles. Qué lo que hagan, en vez de revolverme las tripas, tomármelo a broma, «pobrecillos, no saben más». Quizás la hija algún día, cuando crezca, les enseñe algo. Quizás la vida y los años les domestique. Quizás me olvide de que existen!!!
 ©Miguel Je 2011

3 comentarios:

  1. Ciertamente que, todo lo que describes en este impresionante relato no deja de ser una acongojante realidad que ha tocado vivir, por desgracia al tener que soportar, en la vecindad, a estos tipos de sainete que en sus conductas insolidarias y llenas de rencor, con bastantes ingredientes de envidia, porque ¡jamás! podrán entender lo que en la sociedad significa diálogo, comprensión y tolerancia, no dejan de medrar buscando la desestabilizadora y cobarde actuación, digna de felones, más que de personas con educación y socialmente aceptables.PACIENCIA.

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  2. Pobre niña criada con esos resentidos. Ojalá, como dices, ella logre escapar de eso y darles a sus padres una lección de humanidad, de profundidad, a este par de personas vacías que llenan su vacío con rencores injustificados, envidias y resentimientos.

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  3. Los hijos nunca tienen la culpa pero se ven demasiado influenciados por sus padres, por eso la educación externa, en el colegio, instituto y luego universidad, es lo único que puede hacer ver la realidad tal como es, y juzgar por ella misma. de momento con unos 11 o 12 años, e hija única, no se le puede exigir más. Debemos mirarla con ternura!!!

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