«Tanto esfuerzo para olvidar sólo sirve para recordar mejor.»
La noche se ha hecho real, no quiero saber ni siquiera quien soy, acabo de volver, abro los ojos, y una pantalla de ordenador me pide que escriba. Mis dedos ejecutan movimientos y la pantalla blanca se va cubriendo de hormigas... Mi mirada desenfocada se pierde en una y entiendo el significado.
No sé si eran buenas otras épocas, no sé ni siquiera porqué me fui, ni en que momento me perdí. Sólo conozco el presente, del pasado tengo vagos recuerdos. Abro una carpeta, es una pista de MP3, comienza una música. Parecería una pieza de jazz de no ser por el rumor del mar. Acaba esa pieza y empieza otra de corte clásico, reconozco inmediatamente la melodía pero no la canta Sinatra, son dos voces: la de una mujer y la un hombre. Cantan en inglés, es una canción de amor. Vuelvo la cabeza y veo un perro negro jugando con una gata blanca a los pies de un hombre que lee un libro. Dejan de jugar, el gato se pierde y el perro viene hacia mí. Me mira mendigándome una caricia... Le llamo por su nombre y él se pone a beber. La gata sale de su escondite interrumpiéndole, Dean deja de beber para correr tras de Sol, inician una vez más su eterno juego. Otra canción, parece un tango. En efecto, uno moderno, casi podría ser un rap. Es «la revancha del tango». Tecleo al ritmo del bajo. Me paro y pienso, dónde estaré, qué paisaje veré si traspaso aquella puerta.
Suena un teléfono. Abres los ojos a otra realidad, una voz que reconozco y me da buenas vibraciones. Sonrío, no es la primera vez. Esta voz de mujer madura, sexy, seductivamente interesante, me anima a salir a cenar, una reunión para estar principalmente juntos. La cena es una excusa. ¿Necesitamos inventarnos motivos para reunirnos?
Repite ladrido el perro negro, reparo en la falta de agua, no tendré más remedio que levantarme y ver otra realidad ya. Acciono hacia arriba la palanca y sale un «chorro» de agua que corto cuando considero suficientemente lleno el recipiente azul del que bebe Dean.
Vuelvo frente a la pantalla del «Mac», es ya otro día... Hoy es lunes y pasa del mediodía. Recuerdo de repente el último sueño. Estaba en una habitación oscura, tenía la certeza de estar en mitad de una noche de perros, oía como la lluvia golpeaba en los cristales de la puerta que daba al balcón. Los pequeños cipreses se mecían con extremo ímpetu, pareciera que desearan levantar el vuelo. Una voz interrumpió mi placentera contemplación:
—«¿Estás despierto?» Y desperté. Abrí los ojos, ya no era la misma estancia del sueño, los cerré fuertemente deseando volver a contemplar los cipreses con el temor de que hubiesen iniciado el vuelo sin mí. Y volví, ahora me paseaba por la estancia con cuidado de no pisar a Dean. Me aproximé a la mesa blanca de estudio y palpando entre papeles encontré el tabaco que buscaba; miré hacia el balconcito y reconocí cuatro macetas, eran las mismas en las que vivían los cuatro cipreses pero ahora contenían geranios en floración. Pensé en lo mucho que me gustaría tener unos cipreses que se dejaran mecer por el viento.
—«Mañana remodelaré el balconcito», me dije mientras encendía un «Fortuna».
¿Se sueña de la misma manera con el pasado que con el futuro? Los geranios existieron lo mismo que los cipreses pero ahora sólo puedo verlos si cierro los ojos; curiosa paradoja. Ahora soy consciente de que algunos entes sólo puedo verlos dejando caer mis párpados.
Una calada del cigarrillo y expulso el humo, lo devuelvo inconscientemente al cenicero fijándome en que se trata de uno de elaboración propia. Una sensación de vacío se instala en la boca de mi estómago; o no es un cigarro al uso o todavía no he comido, pueden darse los dos hechos a la vez... Se cierran mis párpados sin querer remediarlo. Me veo a mí mismo elaborando uno de mis particulares cigarrillos, el sol del mediodía me calienta el lado izquierdo del cuerpo. Miro mis pies dentro todavía de unas viejas zapatillas de felpa que un día fueron blancas, unas iniciales doradas bordadas: «H D». Son un recuerdo de unas vacaciones en Barcelona con Nacho, mi padre, mi amante, mi abogado, mi amigo. Las zapatillas perduran, pero Nacho se ha ido. Es mi segundo amor que se va, qué yo sepa, y de los dos tuve que enterarme por la prensa. ¡Ay mi Moncusí! Mi peluquero, y el de tantas «estrellas», era tan bueno como peluquero como lo fue como amante, pero yo no le di un «Goya» aunque sí unos pocos años de mi vida, la academia sí que se lo dio. Recuerdo ese día en el Palacio de Congresos, yo me bajé del taxi, apenas unas cuantas personas en la puerta, llegaba tarde, antes siempre llegaba tarde, ahora también pero porque la edad me ha hecho más lento, creo. En Madrid lo difícil era llegar puntual, allí estaba esperándome. Me echó una bronca!!! Dio igual, he seguido llegando tarde siempre, aunque sólo fueran cinco minutos, pero tarde a fin de cuentas. La gala iba pasando, mis primeros «Goyas», un joven de provincias y tan simple, todo lo era; años viendo a personas por televisión, algunas a las que adoraba y allí estaba yo entre ellos, sin ni siquiera sorprenderme, sólo me preocupaba que a Jesús se le pasara el enfado, le daba con mi rodilla a su rodilla, pero nada, que no me miraba, él no quería ni mirarme, prefería hacer los comentarios con su estúpido ayudante, que por cierto venía excesivamente altivo y «rococó», yo no le caía bien, él a mí tampoco. Menos mal que a mi lado se había sentado Gregorio, ¡era tan encantador! Años llevaban trabajando juntos, eran un tándem; como el premio al que optaban: maquillaje y peluquería. Gregorio me dijo -era listo-, con mucha ternura: —Ni caso, está atacado, en media hora ni se acuerda. Estás guapísimo.... el tío de barba no deja de mirarte, ¿le conoces? Y no, no le conocía pero efectivamente me miraba a mí. Estaba con una elegante mujer y él llevaba esmoquin, me sonrió… Bueno, luego Jesús me preguntó algo como si no hubiese pasado nada. Gregorio tenía razón. Era un cielo de amigo, tan sabio y cariñoso como una abuela. Y sí, les dieron el premio a los dos, y se lo merecían. Había sido la película del año, pero su director no estaba aunque sí todas sus chicas. En las copas posteriores, mientras les hacían fotos, nos hacían fotos, los artistas y premiados posaban yo no, yo me fui quedando al margen y me salvó el director de una galería de la que no recuerdo su nombre, ni el de él -casi sólo recuerdo el nombre de las personas a las que amé, por muy breve que fuera ese amor: cuando amo a alguien nunca dejo de hacerlo-, en fin, que como siempre hablo de una cosa y termino hablando de otra. Me centro, pero, ¿de qué hablaba? Ah, sí!!! De Nacho, pues mientras hablaba con el «dandi» aquel, tan refinado, se me acerca el hombre de barba, grande de presencia y de cuerpo, con una amplia sonrisa, los ojos cansados y una voz profunda (un día le dije que podría ser actor de doblaje), va y nos suelta: —«Esto es lo mejor de los premios: las copas de después… ¿A dónde vais a ir? Seguro que necesitaréis un abogado…» Y nos da una tarjeta. El otro empezó a coquetear: —«¿Y por qué vamos a necesitar un abogado?» Él esperaba esa pregunta, pero no mi comentario pisando casi la pregunta del repipi galerista: —«Pues la verdad es que llevo días buscando un abogado, te llamaré. Soy Miguel Je» Y le tendí mi mano, pero él me dio dos besos… Ay Nacho, Nacho... ¡¡¡Qué bien lo hemos pasado!!!
Recuerdos y más recuerdos; todos con la misma intención de atrapar momentos para siempre. Soy un coleccionista de buenos momentos. Los persigo, los planifico, me los invento y cuando lo consigo rescato algún objeto, otras veces hago fotos que algún día miro y me digo:—«¡Aquí era feliz!».
Esa cierta bipolaridad, con la que todos nacemos y que yo mantengo y acepto me hace ser así. Y seguiré acumulan recuerdos de los buenos momentos porque no sé cuanto durarán, de esta forma cuando entro en el «bajón» sé que también terminará.
(c) Miguel Je 2013